Explosivo potencial físico, inventor de lo impensable en una cancha, el ídolo con zurda cósmica y una mano en conexión directa a la divinidad. El 30 de octubre de 1960 nace Diego Armando Maradona.
El culpable más inocente para una nación. El niño de Villa Fiorito que llegó a tener el mundo a sus pies, dominado como un balón. El campeón del mundo capaz de anotar primero con la mano y después hacer el gol más hermoso de todos los mundiales.
El que con un balón conquistó y comprendió a una región del sur de Italia, que hasta antes sólo era volteada a ver por la estorbosa herencia de la mafia.
El 10 más exquisito, el ídolo más imperfecto, el dios que sucumbió a sus propios infiernos. El más pecador. El que tocó el cielo en la cancha con la misma mano que abría la puerta del infierno fuera de ella.
Gambeteó en el Azteca como lo hizo en la rehabilitación. A su modo, vengó a Argentina de Inglaterra. «Ladrón que roba a ladrón», se excusó y sanjó el tema de la mano, las Malvinas y su gol.
Nadie como él para ser de Boca, irse de boca y siempre volver. Nadie como él para ser el 10.
El de las tormentas públicas y privadas. El que extravía el juicio a la luz de todos. El técnico impensado, el único futbolista con su propia religión. El Diego y nada más.
Periodista deportivo desde 2004. Creador del concepto multiplataforma Plan de Juego.
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