El Pony, llamado así por el uso de tenis de la marca del mismo nombre, desde niño fue un jugador menospreciado por su delgada figura, lo que siempre lo hizo ser escogido en las últimas opciones de los capitanes de los equipos callejeros, así como los escolares.
Sus primeros recuerdos de su afición al fútbol son, entre otros, acompañar a su papá a los partidos amateurs que su progenitor disputaba en los llanos como aguerrido central, posición que con el tiempo heredó aunque pasó por todas las posiciones posibles.
Otro de sus recuerdos es haber sido ávido lector de historietas futbolísticas que en los años setentas eran muy populares (seguramente lector a usted no le tocó leerlas, pero aún así las mencionaremos para que pueda buscarlas en internet): ¡Chivas, Chivas, ra, ra, ra!; Los Cremas; Aventuras de Borjita; y su favorita La Máquina Celeste.
En todas ellas aparecían las figuras favoritas de aquellos tiempos, ya sea en forma de animales como el caso del cómic de las Chivas o en dibujos de personajes reales, y aunque todas eran aventuras ficticias, eran una buena forma de aprender algo de fútbol y ponerlo en práctica ya sea en el patio de la primaria, en el de la vecindad, en la calle o cuando había oportunidad en el pasto del parque de la colonia.
Cabe señalar que además de las fuentes de inspiración que ya señalamos, el Pony tuvo en su hermano mayor a su mejor maestro, quien fue el primero en llevarlo a jugar con los amigos de la calle, todos ellos de la edad de su hermano, quien al ver que al Pony le pusieron su primer pelotazo en el abdomen, doblándolo de dolor y sin aire, les gritó a todos los que fueron a auxiliar a su pequeño hermano: —¡Déjenlo, tiene que aprender!
Y sí, esa fue la primera lección de fútbol del Pony, quien doblado en el suelo y sin aire, vio que los demás seguían jugando en el llamado “juego del hombre”.
Cineasta, documentalista y profesor de cine. Aficionado al Cruz Azul y a los Seahawks.
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