La tarde está impregada de calor en todas partes. El camino al Luis ‘Pirata’ de la Fuente es un híbrido paseo que combina la festividad del futbol y el eterno bullicio carnavalesco del único manicomio con vista al mar.
El cemento de las gradas arde. El sol quema. Con suerte, un tímido soplo de aire con olor a mar apacigua la temperatura. Sólo un parpadeo.
En la cancha verde, impecable e hirviente, desfilan esplendorosas siluetas de edecanes. Después, el rojo color sangre en la playera salta al césped. El Tiburón es ovacionado por su afición.
El Puerto arde de una forma especial. Tiene una esencia pasional, única e inigualable, que revoloteaba en los rincones ahora casi demolidos de un estadio que se acostumbró tanto a la fiesta, como a la desgracia.
En el ‘Pirata’ de la Fuente pasó de todo. Desde el infarto fulminante en cancha de un extécnico como Aníbal Ruiz (la noche que los árbitros se negaron a pitar), hasta la inesperada irrupción de un tlacoache que robó corazones e inspiró carretadas de publicaciones. Sin dejar de lado insospechadas protestas como aquella en la que jugadores de Tiburones se quedaron como estatuas de mar, ante la impaciente voracidad del francés Gignac y demás Tigres.
Un aficionado al que el peso de la pasión le hizo caer desde el segundo piso hasta el foso del estadio, broncas, descensos, desapariciones de franquicias y el cobarde golpe de un ídolo americanista a un reportero que años más tarde haría de la propia polémica su principal estilo, también fueron albergadas por el Coloso del Fraccionamiento Virginia. De reojo, lo mira el ‘Beto Ávila’, aún en pie, con una suerte diferente.
Pero también albergó tardes de gloria. Títulos de ascenso y de Copa, la Tiburomanía que obligaba a hacer fila desde una noche antes, la visita del Real Madrid con todo y Hugo Sánchez para ser derrotado en una cancha que lucía impresionante y a todo color el escudo encajado a la perfección en el círculo central. Todas esas, y cualquier tarde de sábado o noche de viernes que jugara ‘El Tibu’.
La historia de los Tiburones se relaciona íntimamente con el desborde pasional y con la desgracia constante. Con el nombre de héroes que vinieron del mar y directivos que, sin importar nombres y apellidos, se encargaron una y otra vez de aniquilar la continuidad de un equipo que no deja de existir, así esté desafiliado o desaparecido.
Casi en pedazos, el ‘Pirata’ de la Fuente espera ajeno en su soledad. Nunca más habrá tardes o noches como las de antes. La historia del propio estadio y de su equipo jamás había sido tan incierta como hoy, y aunque ya le ha pasado de todo, hasta su propia demolición, por ahora no ha tenido nunca una sola resurrección.
¿Será que pueda ocurrir alguna vez?
(Fotos redes sociales).
Periodista deportivo desde 2004. Creador del concepto multiplataforma Plan de Juego.
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