La esperanza es inherente a la ilusión, y la ilusión suele ser una condición innata de la bondad. Ahí radica en gran medida nuestro despilfarro de entusiasmo como afición.
Pese a ello, es posible que nunca antes el pesimismo le haya ganado un partido tan claro a la ilusión. Como pocas veces, el pronóstico generalizado era desangelado para este Mundial. En la cancha, la Selección Mexicana dio la razón a esa falta de creer.
Al final del partido contra Arabia Saudita, la declaración de Luis Chávez respecto a Gerardo Martino ha sido reveladora, por decir lo menos. “El segundo partido no entendimos lo que él quiso plantear, defendimos bien, pero no generamos peligro, así no se pueden hacer goles”.
Martino será, seguramente, el más vergonzoso antecedente de directores técnicos en el Tri. Bajo su gestión el equipo se acostumbró a perder finales con Estados Unidos, el rival odiado en Concacaf, y se estuvo más lejos que nunca de ganarle a su natal Argentina, el verdugo favorito en Copas del Mundo, para el que seguimos siendo un rival «easy, easy».
Su selección, carente de argumentos futbolísticos y llena de necedades incomprendidas, nos ha dejado tanta molestia como sospechas inevitables.
Además de lo futbolístico, Martino aniquiló algunas cosas que parecían inamovibles del ADN mexicano. La incomprensión de la sangre en su esplendor.
Con Martino se acabaron los días de la esperanza verde, del equipo del corazón por delante. Del que se inyectaba dosis de Cielito Lindo desde la tribuna para combatir los estragos del ácido láctico.
Contrario al que debió ser el proceso evolutivo esperado, han quedado en el recuerdo aquellos equipos como el que le jugó a Italia sin miedo en el 94, y con mucho mejor futbol en 2002. El que tuvo en una mano a Alemania en el 98 y lo dejó vivir porque Luis Hernández dejó de ser ‘Matador’ en el momento menos preciso.
Ya no son los días de morirse en la línea de los ‘malditos’ penales como en el 86 y en el 94, o los días en los que se obligó a un argentino a hacer el gol de su vida para vencernos en 2006.
Se acabó el México de los goles impensados. El del exótico tanto de Cuauhtémoc a Bélgica, el del agónico mano a mano de Luis Hernández con Jaap Stam, el del cabezazo imposible de Borgetti a Italia, el del bazucazo de Marcelino Bernal a Pagliuca. El de Gio Dos Santos haciéndonos soñar contra Holanda minutos antes de la desgracia del ‘No era penal’.No se jugó como nunca para perder como siempre. Ni siquiera se estuvo cerca de ser el ‘ya merito’. Vamos, ni el ‘sí se puede’ retumbó en la posibilidad de la esperanza.
El viaje por el desierto de Qatar nos ha convencido de lo que algunos nos resistimos a creer, y otros, a pesar de advertirlo, a comprobarlo.
Martino aniquiló, además, el entusiasmo generalizado de una afición acostumbrada a creer, sin tantos argumentos, sin tantas razones.
Al final, la discordancia entre Chávez y Martino es una paradoja estrepitosa. El mejor en la cancha fue el que menos entendió al técnico.
(Foto Twitter).
Periodista deportivo desde 2004. Creador del concepto multiplataforma Plan de Juego.
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