El 11 de agosto del 2012 es una fecha que quedó para la posteridad en el fútbol mexicano, aquel día era cubierto de oro glorioso, un momento esperado en mucho tiempo por parte de la afición mexicana que clamaba un título de peso importante a nivel mundial.
El himno nacional retumbaba como nunca antes en una competición olímpica de fútbol masculino, la catedral del fútbol mundial, el Estadio de Wembley, fue el escenario más que perfecto y que fue testigo, junto con miles de aficionados mexicanos que vieron cómo el lábaro patrio estaba en lo más alto del cielo británico, escoltado por las banderas de Brasil y Corea del Sur, escenario casi utópico.
La emoción estaba en todas partes, el silbatazo final decretaba la victoria para el bando mexicano, que con su principal caudillo Oribe Peralta, nos regalaba quizá, la máxima gloria futbolera en la historia, un equipo que vino de menos a más dirigido por Luis Fernando Tena y que tenía el objetivo de hacer una justa olímpica decente, pero la mentalidad y espíritu competitivo impulsó a los nuestros a dar un golpe más que efectivo y emocionante sobre la mesa.
Camino dorado
Este conjunto comenzó de menos a más, su preparación previa dejaba muchas dudas, pues el funcionamiento no era el idóneo, a pesar de tener jugadores que venían de ser tercer lugar en la categoría sub-20 y campeones del mundo sub-17 del 2005; pero la fórmula no conectaba y eso dejaba muchos cuestionamientos entre prensa y aficionados, que apostaban más por una participación sin pena ni gloria que algo rescatable.
A pesar de ello, México pudo ganar el torneo esperanzas de Toulón (hoy Maurice Revello), con marcadores contundentes, principalmente mostrando un mejor funcionamiento; pero había que apuntalar un par de posiciones, para ello se llamó a José de Jesús Corona, Carlos Salcido y a Oribe Peralta a sumarle experiencia y calidad a este conjunto.
Con estos refuerzos y mucha ilusión de hacer historia, México abría su camino olímpico frente a Corea del sur, un partido rocoso y muy duro, pues los coreanos y sus habilidades pusieron en aprietos a los aztecas, que aún y con ello, estuvieron cerca de llevarse el partido en el ocaso del juego, luego de un disparo de Raúl Jiménez que pegara en el travesaño y ahogara el grito de gol para la selección mexicana, quedando un intenso 0-0.
El segundo compromiso era crucial para los nuestros en sus aspiraciones de pasar a la siguiente ronda, el rival en turno la selección de Gabón, donde gracias a un doblete de Giovanni Dos Santos, México conseguiría el triunfo y acariciaba ya el pase a los cuartos de final.
El tercer y último rival en fase de grupos, Suiza, era un sinodal que se acercaba a lo que el Tri se toparía más adelante, y lo venció con solitaria anotación de quien a la postre se erigiría como el gran salvador de este cuento, Oribe Peralta.
Senegal se asomaba en cuartos de final, al que México venció en tiempos extras 4-2 en el césped de Wembley (la fase de grupos no había sido ahí), la primera prueba de fuego en un escenario imponente fue resuelta; un rival que puso en jaque al tri en la preparación previa a estos juegos fue Japón, quien los venció 2-1, por lo que era el rival a vencer para poder alcanzar lo que sonaba como utópico, la final olímpica.
México se sobrepuso en ese duelo a los samuráis, 2-1, provocando que al silbatazo final explotara el júbilo en millones de mexicanos, ¡la medalla olímpica era segura!
El gran partido
Hace 10 años, se vivía un día habitual de fútbol en nuestro país, pero no cualquiera, representaba una oportunidad perfecta y sin igual para nuestro fútbol, la emoción estaba en toda la extensión, miles de espectadores del mundo tenían su foco de atención en Wembley; al estilo de supercampeones, el rival de México a vencer para colgarse el oro era Brasil, que tenía en sus filas a jugadores de élite como Tiago Silva, Marcelo, Hulk y la gran joya canarinha Neymar.
No pasaría ni un minuto para que Oribe Peralta pusiera arriba a México en el marcador, para sorpresa de todos incluida la mía, que era un jovencito espectador frente al televisor como miles que gritamos atónitos ese gol, que sin duda nos puso mucho a soñar y darnos cuenta que era real el histórico momento del que seríamos parte aquel día.
En la segunda mitad, el “gol de oro, gol de Oribe” cantado así en su emotiva narración por Christian Martinolli en Tv Azteca, impulsó esa esperanza a un objetivo cumplido, sentíamos más que nunca el oro olímpico; Hulk recortaría distancias, y cuando estaba cerca el silbatazo final, el brasileño Óscar falló una inverosímil frente al marco mexicano, para posteriormente, gritarle a todo el mundo que México era campeón olímpico.
Retrospectiva, reflexión y esperanza
Después de 10 años de aquel maravilloso e imborrable logro, el fútbol mexicano vive un presente muy diferente, en año mundialista el panorama tricolor no es tan alentador, valdría la pena tal vez preguntarnos: ¿Qué de bueno nos dejó ganar el oro en Londres? Saber que es posible lo que parecía “imposible”, que se han roto paradigmas, obstáculos, creencia del “jugamos como nunca, perdimos como siempre”, entre tantas y tantas cosas que no imaginábamos y que vimos que era posible, pero también, no se han valorado bien los procesos, en vez de impulsar al talento, se ha dejado de lado, se ha modificado el sistema de competencia priorizando otros aspectos, pero justamente al recordar todo lo que ha pasado tras este logro, podemos también pensar en que las hay mucho por hacer, para precisamente lograr un buen nivel que nos permita volver a aspirar a un logro así.
Imposible no es y a 10 años de distancia, tal vez esté a años luz de que nuestra selección vuelva a aspirar a ganar un título de tal envergadura, pero la oportunidad allí estará y algo extraordinario podría darse, para poner a México en el escaparate de lograr alguna hazaña algún día.
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Periodista deportivo 24/7, gustoso del buen fútbol y y carreras de autos, charla de todo un poco