
Hay súplicas que trascienden en el tiempo y se instalan en el colectivo imaginario. Un día como hoy pero de 1966, Fernando Marcos, que había sido futbolista, árbitro, entrenador y entonces cronista, narraba el primer partido de México en la Copa del Mundo celebrada en Inglaterra. El estadio era el de Wembley y el rival Francia.
El primer tiempo terminó sin goles. Iniciado el complemento, la ilusión se vistió de doncella en el área europea. Aarón Padilla desbordó por izquierda, hizo una bicicleta al capitán Artelesa y mandó el servicio. El primer intento de remate de Enrique Borja se había estrellado en la pierna de un defensor galo, pero el delantero surgido en Pumas era especialista en hacer goles irreales.
Cuando Marcos vio que el balón seguía vivo, reprodujo en su micrófono la súplica nacional: «¡Borja no falles!». En el segundo intento Borja no falló. México le anotaba a Francia y se ponía al frente del marcador. La comunión entre cronista y delantero ejemplificó el volcán emocional que significa la posibilidad de un gol. «¡Goooool de México! ¡Miren ustedes qué júbilo».
No importa que después los galos hayan vencido a Nacho Calderón para el empate, el gol y la narración navegan juntos en el tiempo, como uno necesario del otro. Como si no hubiera forma de que existieran por sí solos.
Imaginemos ahora un tiempo en el que las cosas del pasado no perduraban más que en el recuerdo. Cuando no estaban al alcance de un click.
Así conocí aquel gol. Ese capítulo, como muchos otros, fue recreado en mi mente una y otra vez gracias a la voz del mejor cronista involuntario que he conocido: mi padre.
Conocedor del deporte, principalmente del futbol, sus relatos me marcaron por la capacidad de la palabra al servicio de la imaginación. Nunca se dedicó a la crónica, por lo menos no de forma profesional. Sus conversaciones eran exclusivas para mi hermano y para mí cuando llegaba de la fábrica.
Con la semilla sembrada, al paso de los años fui encontrando que no éramos los únicos que imaginamos y celebramos goles de memoria, e incluso irreales, como esos que hacía Borja.
Poco antes de morir, el escritor argentino Osvaldo Soriano plasmó: “todavía hoy, a los cincuenta años, sigo rehaciendo goles que no hice”. El enunciado es un emisario de la imaginación como vehículo de la pasión. Esa que nunca se va.
Hoy, que podemos ver el gol de Borja una y otra vez, escuchando aquella narración en atuendo de súplica nacional, cobra mucho más valor el recuerdo guardado de un cronista improvisado.
Igual que las ausencias de los que se nos adelantaron, hay recuerdos intactos al alcance de un click imaginario, y hay goles inexistentes que seguiremos anotando. Quizá algún día, en el festejo, podamos volver a abrazarnos para celebrar.
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Periodista deportivo desde 2004. Creador del concepto multiplataforma Plan de Juego.
Contacto: jesus.mejia@tuplandejuego.com.mx