La década de los años noventa supuso una época importante en la historia contemporánea del Barcelona, uno de los míticos genios del balompié mundial como Johan Cruyff dirigía a un equipo que marcó una buena etapa del fútbol español y europeo, el denominado “Dream Team” con figuras como Zubizarreta, Eusebio, Stoichkov, Laudrup, Bakero, Guardiola entre otros, que sin duda alguna plasmaron su buen estilo de juego y logros para la posteridad.
En esa misma década un chaval adolescente viajaba a ciudad Condal para seguir entrenándose en la Masía, un catalán que, como muchos infantes de aquella zona, soñaba con defender la elástica culé. Su nombre, Xavi Hernández Creus.
Debutando a finales de los noventa, principios de los años 2000, Xavi mostraba grandes condiciones, un mediocampista que, a pesar de su físico, imponía un terrenal dominio y control de balón, creador de pases casi imposibles, y con dotes de un verdadero mariscal de campo.
Tras casi 2 décadas en la entidad blaugrana y tras ganarlo absolutamente todo a nivel club y selección, decidió irse por la puerta grande, siendo un ícono indiscutible del barcelonismo y el fútbol español y mundial, rumbo a una “exótica” aventura a medio oriente, donde también iniciaría su carrera como entrenador.
A la par, el Barcelona se enfrentaría ante un inminente recambio generacional, y ante ello un nuevo comienzo lejos de la época dorada, los referentes de aquellos años irían escaseando cada vez más, incluidos al más grande de todos los tiempos para los catalanes, Lionel Messi.
En el banquillo la situación tampoco ha sido nada sencilla, queriendo replicar lo que en su momento funcionó, tras la oleada de éxitos y principalmente la filosofía y estilo de juego impuestos por Josep Guardiola, supuso dejar la vara muy en alto; nombres fueron y vinieron, siendo el más próximo a repetir dicho suceso el polémico Luis Enrique, que le valdría más tarde ser el entrenador de la Selección española, fue la de traer a un viejo conocido al banquillo teniendo la idea de que sería “garantía” de volver a replicar tales logros, algo que no ha resultado del todo satisfactorio para el equipo, que si bien es cierto, no dejaba de ser competitivo, no estuvo ni de chiste a la par de ese Barcelona implacable, con resultados inverosímiles, principalmente con discretas y absurdas actuaciones en Europa.
El denominado mejor presidente en la historia del Barcelona, Joan Laporta, tuvo como su buque insignia durante su candidatura volver a imponer la verdadera esencia del barcelonismo, desde los escritorios hasta los terrenos del juego, muy olvidada y distante durante las épocas de José María Bartomeu, y con ello una serie de cambios significativos, incluidos la vuelta de gente que ayudaría a revertir tan difícil tarea.
Y después de un espacio de tiempo, Laporta ha podido gestionar el regreso de uno de los hijos pródigos de Barcelona, en una época muy difícil en muchos rubros, donde el de Terrasa remara contra corriente a reconvertir a un desastre de equipo, a lo más parecido cuando el era un pilar de la plantilla.
En medio de un salón de dudas, donde los estudiantes no terminan de embalar una buena sintonía, donde la presión de poder reprobar y fallar en las pruebas es latente, el maestro hace su aparición para poner orden, tomar la pizarra del barcelonismo y empuñar fuertemente con mucho trabajo, disciplina, filosofía y sobre todo, mentalidad ganadora, a organizar y gestionar al Barcelona que necesita ser, con el “tiki-taka” como escudo.
«Es la idea de Cruyff: mi primer defensa es el delantero y mi primer atacante el portero. Tener un bloque».
Xavi Hernández.
Periodista deportivo 24/7, gustoso del buen fútbol y y carreras de autos, charla de todo un poco