El boxeo mexicano presentó escenas dispares la noche del sábado. Miles de personas acudieron al Toyota Center -donde aún suspiran por la presencia de James Harden al verlo con los Nets- en Houston, Texas para apreciar los elementos que hacen del boxeador azteca un activo valioso para el negocio. Confrontación semifinal en peso ligero donde Isaac “Pitbull” Cruz superó por decisión unánime a Francisco “Bandido” Vargas” en doce asaltos.
Pautada a doce rounds, presentó estrategias opuestas. El arrojo de Cruz, al lanzar golpes al por mayor sin preocuparse por la técnica, lo hizo avanzar en las tarjetas de los tres jueces. Vargas goza de una fama envidiable: atleta olímpico, campeón del mundo y ganador en años consecutivos a pelea del año. El juego de pies y movimiento de caderas evidenció el tiempo arriba del ring. El sangrado en la parte superior de las cejas ha sido un problema usual en la trayectoria de Francisco. A treinta segundos de terminar la pelea, un cabezazo accidental lo hizo emanar sangre. El hecho de que un joven trece años menor (que subió al ring con una máscara que imita el hocico de un perro) fue mejor que él no se discute. No obstante, Francisco conserva un nivel que lo hace una opción llamativa para carteleras importantes.
Originario de Houston, Jermall Charlo tenía todo listo para celebrar una victoria más ante su agente con el campeonato mundial de peso medio, reconocido por el Consejo Mundial de Boxeo, en disputa. Días antes, el alcalde de la ciudad distinguió a Jermall (y a su hermano Jermell, también boxeador) con un día en su honor. El mexicano Juan Macías partió con las estimaciones en contra por casas de apuestas. En el sexto round, un volado de derecha casi derribó al mexicano. A base de pundonor, logró resistir el ataque para dar combinaciones que preocuparon a los aficionados estadunidenses al ver como Charlo quedó. La sensación de una posible sorpresa se apoderó del público. Charlo llegó al final para ganar por puntos con aplausos generales al esfuerzo de los peleadores. Mauricio Sulaimán, presidente del Consejo Mundial de Boxeo, colocó la tradicional playera del organismo y el cinturón al campeón por una defensa más que lo colocó con un récord profesional de 32-0.
La cancha del estadio Jalisco recibió el encabezado por una pelea de exhibición de Julio César Chávez contra el descendiente de uno de sus rivales más recordados: Héctor “Macho” Camacho. El área de ringside se mostró concurrida; escasas personas en las gradas. Nulas medidas de seguridad para evitar los contagios en época de pandemia; algo que probablemente no sea castigado por una inexistencia de una comisión de boxeo con jurisdicción nacional. Con cuatro rounds y caretas para proteger el rostro de ambos; el show fue superior al intercambio de golpes. Durante sus años de gloria, Chávez impuso un récord de asistencia para un evento de boxeo en el estadio Azteca. No está de más buscar un ingreso económico en la era actual. El legado del boxeador mexicano más importante de la historia no necesita presentaciones como esa.
Julio César Chávez Jr. mantiene la decadencia al caer por decisión dividida ante Anderson “Araña” Silva. El brasileño es un ícono de las artes marciales mixtas. Manejar la pelea con un encuentro de boxeo -en lugar de una exhibición- fue un error para ambos. El choque de disciplinas de combates no es nuevo; la clave está en hacerlo de forma inteligente. Para redondear, Omar Chávez cayó por decisión en lo que fue su tercera pelea con Ramón “Inocente” Álvarez. Un corte en la ceja de Chávez afectó la pelea. Resultó notorio el error de no suspender la pelea pese a la hemorragia cercana a uno de los ojos de Omar. Ramón es hermano de Saúl “Canelo” Álvarez. Subir a un ring para protagonizar una pelea profesional de boxeo tiene su mérito. Con eventos como este queda claro que el talento -muchas veces- no se hereda. El dinero es el mayor aliciente para un hecho que no debió ocurrir.
Periodista formado en la teoría y práctica. Disfruta desde un evento de lucha libre en la calle hasta un partido de Champions.
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